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La Irocono es el ego de una joven artista latinoamericana quien escapó del cuerpo de su creadora para poder vivir en paz y hacer lo que le plazca. Irocono no pretende ofender a alguien, sino burlarse de las cosas de la vida a través de la ficción. Por el momento anda desempleada, y como huyó del cuerpo de su creadora, una jovencita habilidosa como les comenté anteriormente, pues se le dio por abrir un blog y expresarse. Se preguntarán quien soy yo, ¡no vayan a creer que soy Irocono!, soy Carmen, una vieja amiga de la creadora y cuidandera de la Irocono. Por ahora esa es toda la información que les puedo dar, pues ella prefiere que la conozcan por lo que escribe y lo que fotografía. Bienvenidos, y gracias por visitar a La Irocono.

jueves, 31 de diciembre de 2009

El Escape

Con mucho cuidado bajó del columpio, con aquella extraña delicadeza que lo caracterizaba. Ahora estaba encima de la lata, justo al lado de su último excremento ya endurecido por el aire. Levantó su cabeza buscando a los gigantes, no vio a ninguno por ahí. Era su oportunidad para escapar. La jaula estaba abierta por primera vez desde el incidente.

A diferencia de la semana pasada, se percató que la cuerda que sostenía la pequeña rejita de salida estuviese tensionada para que no le cayera encima como la otra vez, provocándole un pre infarto y con ello un fallido intento de escape. Dio un paso al frente y luego otro, siguió adelante, nada lo detuvo, estaba más decidió que nunca a salir de la jaula.

Alzó sus alas, y dio un pequeño salto que le permitió saborear la libertad. Por primera vez sus pequeñas patas tocaron el suelo del patio, por primera vez, pudo ver el mundo sin rejas. ¿Y ahora qué?, se preguntó a sí mismo sin hallar una rápida respuesta. Aleteó un poco, movió su cabeza para todos lados, abrió el pico pero no emitía ruido alguno, realmente no tenía un plan de escape.

En eso decidió observar el patio, ver cuál era el punto más alto del lugar para montarse en él y tener una mejor visión de todo. En el patio había una escoba, una planta, y su jaula. Por un momento pensó en subir encima de la jaula, pero no era lo suficientemente alto, luego pensó en la escoba, pero el liso del palo sería un problema teniendo en cuenta que sus patas no eran tan grandes como las de los loros o las guacamayas que alguna vez vio en su antiguo hogar, pero luego estaba la planta, la cual tenía un pequeño tronco fácil de trepar y era de color verde igual que él, por lo tanto podía camuflarse si los gigantes llegasen al sitio.

Listo, será la planta”, pensó el exconvinto de 12 centímetros de alto y de cerebro pequeño. De nuevo caminó en zig-zag, paso a paso fue acercándose a la planta del patio. Lo separaban 40 centímetros de su nuevo destino, cuando de repente un pittbull salió de la nada y lo agarró con su hocico. La sensación fue peor que cuando sufrió el preinfarto al intentar escapar la última vez.

Esta vez fue peor, porque el corrientazo en su ala izquierda fue más fuerte y no podía mover las patas, intento hacer ruido, pero del pico no le salía nada, y sus ojos solo pudieron contemplar a la planta de lejos. “¡Me morí, me morí! ¡Y nunca aprendí a volar!”, fue el último pensamiento del periquito en la boca de aquel perro asesino que sin piedad pensaba triturarlo con sus dientes.

De repente un gigante apareció en escena y al ver que la jaula estaba abierta y el pittbull tenía algo en su boca, le comenzó a pegar al perro para que lo soltara, en eso el potencial asesino abrió la boca y soltó al periquito para poner dentro de ella la mano del gigante. Mientras ellos forcejeaban, el pájaro yacía en el suelo llenó de baba. Había muerto de un infarto sin nunca antes haber tocado el cielo con sus alas.

1 comentario:

  1. Sí, esta vez fue peor. No siempre se tiene suerte menos si -de entrada- estás enjaulado.
    Saludos.

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