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La Irocono es el ego de una joven artista latinoamericana quien escapó del cuerpo de su creadora para poder vivir en paz y hacer lo que le plazca. Irocono no pretende ofender a alguien, sino burlarse de las cosas de la vida a través de la ficción. Por el momento anda desempleada, y como huyó del cuerpo de su creadora, una jovencita habilidosa como les comenté anteriormente, pues se le dio por abrir un blog y expresarse. Se preguntarán quien soy yo, ¡no vayan a creer que soy Irocono!, soy Carmen, una vieja amiga de la creadora y cuidandera de la Irocono. Por ahora esa es toda la información que les puedo dar, pues ella prefiere que la conozcan por lo que escribe y lo que fotografía. Bienvenidos, y gracias por visitar a La Irocono.

lunes, 29 de octubre de 2012

El Primer Beso


El niño de ojos claros y cabellos oscuros volvió a pasar por la cuadra, levantando la ceja, altivo, con esa picardía que lo caracterizaba sobre su patineta negra. Una ráfaga de viento lo dirigía hacia adelante y un aroma a vainilla lo refugiaba. De pronto se acabaron las siete casas de la cuadra y el niño de 10 años ahora  iba por la siguiente. Nuevamente a la pequeña Juana no le alcanzó el tiempo para gritarle un `Hola´ desde su ventana.

Hoy sería distinto, la niña de los zapatos azules y el moño rosa  tenía una estrategia para hablarle. Colocándose desde temprano en la ventana, esperaría a que el pequeño skate pasará velozmente sobre su patineta y le gritaría un fuerte `¡HOLAAA!´, pero no contaba con que una piedra en el camino lo detendría haciéndole caer justo a los pies de la Mona, su vecinita del frente.

Fercho se levantó lentamente, se limpió el pantalón y agarró su patineta con enojo, echó unas cuantas maldiciones al cielo y volvió su mirada a la Mona. Por su parte, la pequeña de seis años estaba devastada. “Hola, ...soy Juanita, ¿puedo ser tu novia bonita?”, balbuceó la niña con disimulo desde la ventana, bajo la complicidad de una lagrima esquiva que logró salir de sus ojos marrones ante el primer beso de su amado Fercho y la inoportuna Mona. 

La cita con el hombre de la bata blanca


Lú caminó a casa adolorida, no dejaba de sangrar, la gasa ya no controlaba la hemorragia interna que le había provocado aquel hombre de la bata blanca. Él, haciéndose pasar por su amigo, ganándose su confianza con promesas baratas de una mejor calidad de vida, la incito a mutilarse a sí misma.

El procedimiento duraría 5 minutos, ella se acostaría en la camilla y el hombre de la bata blanca extraería de su cuerpo aquello que la atormentaba atendido por una herramienta con forma de palanca. No habría nadie más en el consultorio, solo nuestra incauta protagonista y su carnicero personal, sin embargo, el procedimiento se complicó y nada salió como lo esperado.

Lú fue citada a las tres de la tarde por la asistente de aquel hombre, una chica rubia de aproximadamente 20 años, seis menos que nuestra paciente. Cuatro mujeres más se encontraban en la sala de espera para practicarse el mismo procedimiento. Entró la primera. Una delgada pared blanca de triple separaba el asiento de Lú con la camilla del consultorio, por lo tanto, las preguntas, los gritos, los sonidos de las herramientas chocando contra la piel y los huesos de Manuela, la primera paciente en entrar, eran inmediatamente percibidos por Lú. Así también fue con Priscila y con Jacky, las otras dos mujeres en la sala de espera, sin embargo, al momento de entrar Yadira, la cuarta mujer de la lista, hubo mucho hermetismo, un silencio se apoderó del lugar, tanto así que la chica rubia de la recepción tuvo que entrar al consultorio privado del doctor para averiguar que pasaba. 

Lú estaba inquieta, pensó en llamar a su madre en ese momento, en decirle la locura que iba a cometer pero su miedo a recibir recriminaciones por sus actos la detuvo, sabía que tenía que salir de allí sin ningún problema adentro de su cuerpo que pudiese interferir en sus planes futuros.

Finalmente salió la cuarta mujer con la chica de la recepción. La primera estaba atónita, con la mirada perdida y sobándose la herida evidente, tal como las otras. La chica de la recepción la acompañó hasta la puerta, le entregó un papel y le dijo que volviera en dos semanas. Fue entonces cuando Lú entró al consultorio para toparse con instrumentos quirúrgicos, una camilla maltrecha y el hombre de la bata blanca frente a ella, era el momento de la verdad.

La mujer de 26 años se acostó en la camilla. Mirando al techo tal como le había indicado el doctor de turno, pudo ver un abanico oxidado girando en sí mismo y una que otra mosca posándose en el cielo raso. El hombre de la bata blanca se acercó, sonrió, y le dijo “Sin anestesia ¿cierto?”, ella respondió afirmativamente con la cabeza, cerró los ojos, abrió la boca en busca de aire y separó las piernas. Entre tanto, el médico aprovechó el impulso de su paciente e introdujo la palanca.

Lagrima tras otra corrían por sus mejillas, quiso gritar pero del dolor no pudo, abría los ojos y los cerraba para confirmar que la escena no cambiaba. Sabía lo doloroso que era parir un hijo cuando tuvo a Mateo, su primogénito, pero nunca imagino que un taladro adentro de su mandíbula partiéndole una muela del juicio en un consultorio barato y sin anestesia podía ser mil veces más doloroso. 

martes, 13 de marzo de 2012

Origen del lesbianismo

Eva cogió sus hojas, algunas manzanas, y se fue. Salió del Edén en busca de una nueva vida y un mejor hombre. Tenía miedo a lo desconocido y al reto de formar un paraíso terrenal como el Edén. Pero la idea de ser nuera e hija a la vez de un mismo tipo llamado Dios, quien nunca se hacía presente y siempre la veía desnuda, la aturdía tanto como para seguir adelante.

Caminó y caminó por dos semanas. Su meta era encontrar un buen amante con quien construir un nuevo hogar, o por lo menos, para pasar un buen rato mientras hallaba al hombre de su vida, sin embargo, se refugió en la zoofilia por un tiempo, incitada por una serpiente que se enroscaba en su pierna, subía por su espalda, doblaba su cintura hasta llegar a sus senos, y rápidamente paseaba por su cuello, volviéndola loca de placer.

Así duró dos años, disfrutando de la serpiente hasta que se aburrió. Se arrancó una costilla y creó a otra mujer.