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La Irocono es el ego de una joven artista latinoamericana quien escapó del cuerpo de su creadora para poder vivir en paz y hacer lo que le plazca. Irocono no pretende ofender a alguien, sino burlarse de las cosas de la vida a través de la ficción. Por el momento anda desempleada, y como huyó del cuerpo de su creadora, una jovencita habilidosa como les comenté anteriormente, pues se le dio por abrir un blog y expresarse. Se preguntarán quien soy yo, ¡no vayan a creer que soy Irocono!, soy Carmen, una vieja amiga de la creadora y cuidandera de la Irocono. Por ahora esa es toda la información que les puedo dar, pues ella prefiere que la conozcan por lo que escribe y lo que fotografía. Bienvenidos, y gracias por visitar a La Irocono.

lunes, 29 de octubre de 2012

La cita con el hombre de la bata blanca


Lú caminó a casa adolorida, no dejaba de sangrar, la gasa ya no controlaba la hemorragia interna que le había provocado aquel hombre de la bata blanca. Él, haciéndose pasar por su amigo, ganándose su confianza con promesas baratas de una mejor calidad de vida, la incito a mutilarse a sí misma.

El procedimiento duraría 5 minutos, ella se acostaría en la camilla y el hombre de la bata blanca extraería de su cuerpo aquello que la atormentaba atendido por una herramienta con forma de palanca. No habría nadie más en el consultorio, solo nuestra incauta protagonista y su carnicero personal, sin embargo, el procedimiento se complicó y nada salió como lo esperado.

Lú fue citada a las tres de la tarde por la asistente de aquel hombre, una chica rubia de aproximadamente 20 años, seis menos que nuestra paciente. Cuatro mujeres más se encontraban en la sala de espera para practicarse el mismo procedimiento. Entró la primera. Una delgada pared blanca de triple separaba el asiento de Lú con la camilla del consultorio, por lo tanto, las preguntas, los gritos, los sonidos de las herramientas chocando contra la piel y los huesos de Manuela, la primera paciente en entrar, eran inmediatamente percibidos por Lú. Así también fue con Priscila y con Jacky, las otras dos mujeres en la sala de espera, sin embargo, al momento de entrar Yadira, la cuarta mujer de la lista, hubo mucho hermetismo, un silencio se apoderó del lugar, tanto así que la chica rubia de la recepción tuvo que entrar al consultorio privado del doctor para averiguar que pasaba. 

Lú estaba inquieta, pensó en llamar a su madre en ese momento, en decirle la locura que iba a cometer pero su miedo a recibir recriminaciones por sus actos la detuvo, sabía que tenía que salir de allí sin ningún problema adentro de su cuerpo que pudiese interferir en sus planes futuros.

Finalmente salió la cuarta mujer con la chica de la recepción. La primera estaba atónita, con la mirada perdida y sobándose la herida evidente, tal como las otras. La chica de la recepción la acompañó hasta la puerta, le entregó un papel y le dijo que volviera en dos semanas. Fue entonces cuando Lú entró al consultorio para toparse con instrumentos quirúrgicos, una camilla maltrecha y el hombre de la bata blanca frente a ella, era el momento de la verdad.

La mujer de 26 años se acostó en la camilla. Mirando al techo tal como le había indicado el doctor de turno, pudo ver un abanico oxidado girando en sí mismo y una que otra mosca posándose en el cielo raso. El hombre de la bata blanca se acercó, sonrió, y le dijo “Sin anestesia ¿cierto?”, ella respondió afirmativamente con la cabeza, cerró los ojos, abrió la boca en busca de aire y separó las piernas. Entre tanto, el médico aprovechó el impulso de su paciente e introdujo la palanca.

Lagrima tras otra corrían por sus mejillas, quiso gritar pero del dolor no pudo, abría los ojos y los cerraba para confirmar que la escena no cambiaba. Sabía lo doloroso que era parir un hijo cuando tuvo a Mateo, su primogénito, pero nunca imagino que un taladro adentro de su mandíbula partiéndole una muela del juicio en un consultorio barato y sin anestesia podía ser mil veces más doloroso. 

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